Donde hay poca Justicia es un peligro tener la razón, dejó dicho Francisco de Quevedo. Esta frase viene al pelo del cobarde, vergonzante, arbitrario, humillante, inhumano y delirante posicionamiento de la Administración de Costas del Estado ante los concesionarios públicos de la hilera de casas en la primera línea de la playa de La Babilonia de Guardamar. El maltrato de la Administración, con más alevosía que nocturnidad, lleva ya décadas minando la resiliencia de unos afectados que lo único que tratan es hacer valer sus derechos y salvar sus propiedades.
Pero vamos a ver, ¿qué haría usted si un temporal marítimo, un terremoto, un huracán o las obras de al lado comienzan a causarle daños graves en su casa?: ¿Intentaría protegerla?, ¿pediría ayuda?, ¿se quedaría de brazos cruzados a ver el destrozo y la pérdida de su propiedad? Pues esto último es lo que Costas pretende que hagan los vecinos afectados: que pierdan sus casas y se dejen de pataletas. Y, para mas inri, eso es lo que quiere la Administración después de haber sido la causante de la situación, no por dejadez o desidia, si no siguiendo una burda trama burocrática organizada.
El maltrato de Costas al centenar de afectados es de manual: la culpa es del otro. O del mar. Pues no. Los vecinos ya han demostrado con estudios solventes que la responsabilidad del avance del mar hasta las viviendas no es ni del mar ni de las propias casas, sino de una serie de actuaciones amparadas por la propia Administración, como la construcción de un espigón en la desembocadura del Segura y, lo que es peor, de la desatención crónica de sus obligaciones administrativas en anteriores temporales.
Esa flagrante desatención es de juzgado de guardia. En cualquier país medianamente civilizado la Fiscalía hubiera actuado de oficio para desenmascarar a la trama que en su día decidió incumplir con sus obligaciones y dejar que las casas se fueran a pique. Pero aquí, bajo el cobarde anonimato y la impunidad funcionarial, se esconde esta Administración vampiro que en vez de ayudar al ciudadano lo expolia. No atiende a los ciudadanos que la mantienen, y ya, en súmmum de la desfachatez, no respeta ni a la Justicia. Es más, juega con ella a su interés: si le pides ayuda te argumenta que no puede porque sería ilegal, pero ahora que un juez le ha ordenado que actúe de inmediato y evite que las casas se caigan, recurre el auto y escurre el bulto, ganando tiempo, a la espera de que sea el siguiente golpe de mar el que termine su cobarde trabajo, en otro alarde de su táctica del escaqueo.
Varios jueces lo han dejado escrito. Y no solo ahora. En 2002, el Servicio Provincial de Costas sancionó con 1.958,93 euros a los propietarios de una de las casas por formar una escollera de piedras que evitara la ruina total e inminente de la propiedad durante un temporal. Sin embargo, el Tribunal Superior de Justicia anuló la sanción en 2005 porque apreció «la situación de necesidad como causa de justificación a la colocación de piedras en zona de dominio público marítimo terrestre como medio para impedir que el oleaje destruyera la vivienda». ¿Qué ocurriría ahora si los vecinos actuaran igual que hizo aquel vecino en 2002?
Claro que habrá gente que prefiera esa playa sin casas. A nadie se le ocurriría construir ahora tan cerca del mar. Pero el origen de estas peculiares construcciones, desempolvado ahora por los afectados, merece, al menos, un respeto y mas de una consideración. Es más, vecinos de Guardamar que se han ocupado de conocer la historia de estas casas no pueden más que estar agradecidos a estas construcciones que, junto a la forestación de las dunas, evitó el avance de la arena hasta el pueblo. Así se recoge en una publicación de 1934, en la que el Ministerio de Fomento autoriza las concesiones y detalla su finalidad: «Contribuirán al embellecimiento de la Playa de Guardamar, en la que desaparecerán paulatinamente las barracas de madera que se instalan en épocas de baños y así mismo que servirán como barrera para sostener los movimientos de las arenas tan peligrosos en ella y además para proporcionar trabajo a los obreros, evitando su paro».
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(Foto Jordi Sevilla)
Las obras contaban con acta de replanteo, memoria de materiales, presupuesto de gastos, planos de situación, y planos a escala de fachada principal, sección lateral y planta, informe del Jefe de Puertos, así como actas de reconocimiento y verificado «in situ». El efecto barrera ejercido por las casas, de protección para el avance de las dunas y de la vegetación plantada, se refuerza si consideramos que una de las primeras concesiones fue otorgada al ingeniero que puso freno al avance de las dunas, Francisco Mira, cuyos planos y proyecto fueron trazados de su puño y letra.
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No nos engañemos. Costas echa la culpa a los temporales de mar, pero el mar es inimputable; Babilonia resiste, el mar no es su aliado en este esperpento. Ya lo dijo el poeta: «Entre las aguas invasoras nuestra emoción es más profunda y más amarga; sólo este mar que nos contempla sabe medir la soledad de nuestras lágrimas. El mar escucha sin descanso la silenciosa confesión de los recuerdos». Resiste Babilonia, el mar no es su amigo.
No nos engañemos. Costas echa la culpa a los temporales de mar, pero el mar es inimputable; Babilonia resiste, el mar no es su aliado en este esperpento. Ya lo dijo el poeta: «Entre las aguas invasoras nuestra emoción es más profunda y más amarga; sólo este mar que nos contempla sabe medir la soledad de nuestras lágrimas. El mar escucha sin descanso la silenciosa confesión de los recuerdos». Resiste Babilonia, el mar no es su amigo.
Según la historia, Babilonia cayó rendida ante su invasor sin ofrecer resistencia. El gran imperio babilónico había dejado de existir y se había derrumbado como un castillo de naipes. Entonces la culpa fue de los dioses. ¿De quién sería hoy?