La corrupción empieza a ahogar la democracia
LA CORRUPCIÓN salpica toda la geografía española, como una fiebre contagiosa de la que no se libra ninguna comunidad ni ningún partido político...
Ya no es suficiente llevarse las manos a la cabeza y expresar repudio por el latrocinio consumado. Hay que realizar reformas legales y extremar los mecanismos de control para que estos hechos no se repitan. Ayer todos los partidos aprobaron en el Congreso un endurecimiento de las penas de los delitos de corrupción, una iniciativa insuficiente pero que va en la buena dirección.
El espectáculo es desolador, mientras cunde el descrédito de una clase política que utiliza los escándalos para minar al adversario pero que mira para otro lado hasta que la Justicia actúa cuando el cohecho está en sus filas. No hay una solución fácil a esta desvergüenza. Pero si los partidos tienen voluntad de combatir el mal, podrían llegar al acuerdo de crear una comisión parlamentaria que acometiera las reformas legales en todos los órdenes -desde el Código Penal a la legislación en urbanismo- para erradicar estos comportamientos.
O la democracia acaba con la corrupción o la corrupción acabará poco a poco con la democracia. Los líderes políticos tienen que elegir cuál es la opción por la que se decantan.