Imaginaos que hace cinco siglos uno de vuestros ancestros construyen un molino junto al mar y comienzan a ganarse la vida allí. Un molino hace cinco siglos es uno de los servicios de referencia. La gente lleva allí sus cereales para que se los conviertan en harina. Aún falta un siglo para que el maíz llegue desde América a la zona. Eso quiere decir que vuestro primer apellido esta allí antes de que a nadie se le ocurriese hacer un talo. Hoy pensamos que esa delicia lleva con nosotros toda la vida. El molinero al que me refiero es parte del país un siglo antes.
La casa de la que hablo es un molino de mareas. La piedra de moler se activa en ese tipo de instalaciones gracias a la fuerza maremotriz. El molino en cuestión esta en un paraje extraordinario. El propietario que ha construido el edificio no lo sabe, pero quinientos años después la zona será una de las joyas de la naturaleza de un país. Por eso los tataranietos del molinero habrán decidido declarar la zona área de especial protección. El lugar es tan bonito que finalmente la UNESCO lo considera patrimonio de la humanidad.
La protección abarca todo lo que contiene el lugar, el modo de vida de las personas que han vivido allí toda la vida. El molino es parte del medio, esta perfectamente integrado en él. Lleva 500 años siendo parte de la vida de este enorme parque natural. Los descendientes del molinero están orgullosos de la herencia que recibieron. Cuidan aquella casa que ya no fabrica harina pero que guarda un tesoro: la memoria de las gentes de la zona que tuvieron aquel edificio como referencia durante varios siglos.
Un día los propietarios de aquel edificio reciben una extraña carta. Se enteran de que las escrituras que adjudican a su familia aquella propiedad hace nada menos que cinco siglos son papel mojado. Se quedan sin casa, sin recuerdos y sin historia porque la llamada “ley de costas” ha decidido que el molino y el paraje en que se encuentra son ahora de dominio público. No hay expropiación, no hay compensaciones. Solo perplejidad.
Parece una historia de miedo, una exageración, una invención, pero no. Es una historia real como la vida misma. El paraje extraordinario es la ría de Urdaibai. Los descendientes del molinero se apellidan De Iturribarria y la expropiación llega de la mano de la Ley de Costas. Ese era un instrumento legal pensado para proteger el litoral de la especulación, pero origina efectos bien perversos como este. Cinco siglos de retroactividad es demasiado. Aquella actividad sentó en Urdaibai sus reales hace quinientos años. No molesta a nadie. De hecho es parte del medio, del patrimonio que protege la declaración de reserva universal de la biosfera que tiene Urdaibai. Lo que le ha pasado a Jon de Iturribarria y su familia es una barbaridad. Por eso estamos ayudando a este vasco, un profesional que sabe de lo que habla, que trabaja por todo el mundo, a encontrar en Bruselas eco para lo que le ha ocurrido y, por supuesto, una solución. El mismo os cuenta el caso en este vídeo.